Hola, amigos, saludos a todos. Hoy abrimos una nueva edición de nuestro conocido consultorio existencial, a cargo del asesor de contenidos espirituales y desarrollo personal de este blog, el gran maestro Zen don Shitetoko Yotekuro. Y ya tenemos aquí las primeras consultas de esta temporada.
Al habla Shitetoko Yotekuro, dispuesto a aportar un rayo de luz a tu vida.
Saludos, maestro, me presento: mi nombre es Carolina, procedo del Norte, y le confieso que soy una mujer curiosa. Bueno…, bastante curiosa, no lo voy a negar. Pero no crea que mi curiosidad es cualquier cosa, no, no, lo mío es pura e inmaculada curiosidad científica. Y creo que en mí debe ser cosa de nacimiento, maestro, pues modestamente pienso que yo debí haber nacido con este maravilloso talento que Dios me dio, y que hasta el día de hoy llevo tan sobrado y tan bien puesto. De hecho, de pequeña siempre fui muy aplicada en los estudios. Y, aunque está mal que yo lo diga, pero alguien tiene que decirlo, yo era un hacha con las matemáticas, maestro. Fue aprender a contar y ya vi todo un mundo abierto delante de mis ojos. Y no vea usted cuando aprendí las cuatro reglas, aquello fue como una revelación divina, y eso marcó un antes y un después en mi vocación científica, siempre dispuesta a desentrañar los misterios de la vida.
Como niña aplicada que era, acostumbraba a resolver impecablemente los problemas que me ponían en mis tareas escolares; pero, no contenta con eso, aproveché el primer diario que me regalaron para apuntar todas aquellas observaciones que la vida cotidiana presentaba ante mi tierna curiosidad infantil. Me interesé, sobre todo, por apuntar las fechas de las bodas y los bautizos de mi pueblo, y, de esta manera, podía luego hacerme mis sumas y mis restas, y me sacaba mis conclusiones, maestro. Sí, sí, y no vea usted qué conclusiones,… y luego me iban todas de blanco al altar,… ¡las muy golfas!. En fin, ya ve usted, cosas de niña.
Años después me vine a la ciudad, y, por la suerte o por el destino, fui a dar con un empleo que satisfacía plenamente mi sana inclinación por la ciencia. Fue así como entré a trabajar en la portería del edificio en el que resido actualmente. Llegar a este oficio colmó sobradamente mi vocación, maestro, y desde el primer día sentí que la fortuna me sonreía, pues ver aquel montón de cartas de mis vecinos, repletas de datos, y ver la luz fueron una misma cosa. Desde entonces me he dedicado incansablemente a la noble tarea de llevar las cuentas ajenas, las entradas y salidas, las subidas y bajadas, las horas de llegada… En fin, como le digo, entregada completamente a mi misión científica. Y si esto ya colmaba mi vocación sobradamente, como le digo, imagínese usted cuando, una vez obtenidos mis descubrimientos, los publicaba a los cuatro vientos: ¡el éxtasis total!, maestro.
Y, con sus más y sus menos, mi vida transcurría de esta manera en paz y sosiego, hasta que hace un mes…, ¿cómo podría decírselo?,.. hasta que hace un mes llegó ella para amargármela, para convertírmela en un infierno, maestro. Sí, ella, maestro, ¡la nueva vecina del sexto!. Sospeché de ella nada más verla atravesar el portal por vez primera. Se me apareció como una diosa, guapa, guapísima, y tan bien peinada, tan bien vestida, tan bien calzada…, y oliéndome a perfume caro...
—Hola, soy Romy, enchantée.— Fue lo primero que me escupió en la cara con su sonrisa de culebra. ¿Romy?, ¿puede una mujer respetable hacerse llamar Romy?. Más bien parece nombre de… Bueno, pero prosigamos. Pues, como le digo, esta primera observación fue un estímulo para iniciar mi investigación, todo sea por la vocación científica, maestro, que para eso está una en el mundo, para investigar. Pero poco tardaron en llegar más datos para mi tesis. Y, efectivamente, unos días después empezaron a llegar hombres preguntando por ella, muy sospechosos también ellos. Me llegaban todos haciéndoseme los despistados, todos con una cara de extranjeros que se la pisan, todos hablándome con extraños acentos, con vestimentas raras…, y, ante todo, con la prueba definitiva: ¡las sandalias con calcetines!.
Ya le digo, maestro, extranjeros todos. Ella ha intentado hacernos creer a toda la vecindad que es profesora de idiomas. ¿Idiomas?...,¿además del francés?... Nada, nada, ésta lo que me les enseña es otra cosa. Ya se lo digo yo, maestro. Pero, claro, yo, como buena científica que es una, y persona seria, no iba a quedarme sólo con en las hipótesis. Necesitaba datos empíricos, maestro. Así que decidí lanzarme a ampliar mi investigación recopilando estos datos in situ, como debe ser. El problema era cómo hacerlo sin que los especímenes se me espantaran si me pillaban con el estetoscopio pegado a su puerta. Que una es curiosa, pero no tonta, maestro. Así que me decidí a acceder al sexto piso directamente desde la fachada del edificio. La cosa no me fue nada fácil, maestro, hay que entenderlo, ya se sabe lo difícil que es escalar con ventosas sobre el cotegran, y en un día de viento y lluvia como era aquél. Pero yo soy del Norte y allí estaba yo, como una heroína de la ciencia, trepando pared arriba y luchando contra los elementos. Y si todo esto era terrible, aún más terrible era estar escuchando todo el tiempo aquel “chuik-chuik” infernal de las ventosas, que me destrozaba los nervios.
Y, así y todo, lenta pero segura, logré alcanzar la meta del sexto piso. Ahhhh, qué satisfacción, por Dios. Pero, cuando llegué allí, colocada frente a mi objetivo, hice un descubrimiento que me dejó helada, maestro: y es que la muy lagarta ¡¡¡ME HA COLOCADO DOBLE ACRISTALAMIENTO EN LAS VENTANAS!!!. Eso no se le hace a la ciencia. No me lo podía creer… Y, como comprenderá, esto supuso un serio revés a mi investigación, porque no me enteré de nada, maestro. Prueba fracasada.
Y, como también comprenderá, tal desatino me sumió en una profunda crisis, que me hizo replantearme mi vocación por las matemáticas. Así que decidí apartarlas a un lado, y dedicarme a otra de mis grandes pasiones: la astrofísica. Sí, maestro, como le digo. Y hace poco que me compré un telescopio nuevo que es todo un primor, y que ya tengo bien instalado en el salón de mi casa, junto al balcón, apuntando directamente a la constelación de ventanas del edificio de enfrente, y en busca de alguna posible nueva galaxia de conocimiento.
Y, sinceramente, mi sano interés científico me movía sólo a interesarme por los cuerpos que orbitan entre los salones, baños y dormitorios de aquel rincón del espacio, y, si era posible, detectar la presencia de algún tipo de materia oscura. Y todo hubiera sido científicamente maravilloso si no me hubiera encontrado con las interferencias producidas por esos miserables visillos que se han puesto ahora de tan de moda. ¿Usted se lo puede creer?. Y sin poder recopilar ni un dato, esto ya ni es ciencia ni es nada, maestro. Así que mi vida se consume últimamente entre hipótesis que me quitan el sueño, fórmulas irresolubles, y en el miedo a que, si veo frustrada mi vocación científica, pueda desviarme por el mal camino y terminar convirtiéndome en una maldita chismosa. Y esto es un sin vivir, maestro.
Carolina, ¿curiosa?. ¿De verdad crees que lo tuyo es sólo… curiosidad?. Bueno, ya veo que según tu modelo interpretativo así lo es. Me da la impresión de que has dedicado demasiada energía a tu “vocación” y te has descuidado en emplearla en ti misma, querida, creándote una vida vacía y gris que sólo se compensa con el auto-engaño de las contadas alegrías que te pueda reportar tu incansable dedicación a eso que llamas ciencia. ¿No sería mejor que emplearas ese don y esa energía que tienes en construirte una vida propia?. Piénsatelo. Pero, bueno, ya que estamos aquí, podrías contarme alguna novedad, ¿no?, algo habrás averiguado, no me vas a dejar ahora con la miel en las orejas. Anda, cuenta, cuenta.
Maestro, le cuento que llevaba unos días algo aburrida en la Eterna Luz, y me decidí a bajar al mundo y darme un pequeño paseo por allí. Primero estuve un rato en la playa, jugando en la arena y disfrutando del frescor del mar y la melodía de las olas. Después me fui al campo, y me tendí entre la hierba fresca y las flores. Cerré los ojos y sentí de nuevo el pálpito de la tierra bajo mi cuerpo de sex symbol, mientras la luz del sol y la brisa besaban dulcemente mi rostro. Y, ¿qué le puedo decir, maestro?, encontrarme de nuevo con el alma del mundo fue una sensación indescriptiblemente emocionante,... casi lo había olvidado.
Sí, querida Marilyn, lo solemos olvidar. La vida contemporánea aprisiona nuestras almas, envenena nuestros sentimientos y cautiva nuestras esperanzas. Por eso lo olvidamos con frecuencia y damos la espalda a esa otra realidad. Porque, a pesar de los pesares, y a pesar de que lo olvidemos, seguimos habitando un planeta maravilloso.
~oooOooo~
Y les dejo con un vídeo clip de una canción con un sonido muy especial, del grupo británico The Beatles titulada: "Within You, Without You " (Dentro de ti, sin ti), de 1967, escrita por George Harrison, y en la que se aprecian las suaves resonancias de la música clásica hindú. Atención a su letra.
Saludos.