miércoles, 29 de junio de 2011

LAS ÚLTIMAS VACACIONES DE OSICRAN.



Entonces, me armé de valor, y decidí acabar con su existencia en el mundo, y librarme de él para siempre. Un pequeño ruido, y todo terminó.


-oooOooo-

(…)
— ¿Puedo pedir cita para una hora determinada?.

— En principio sí, aunque todo depende de que haya mucha o poca clientela, caballero.

— Mire… verá… Es que es la primera vez que acudo a un local de esos y no sé exactamente lo que debo hacer al llegar allí.

— Uuuuy, por eso no se preocupe, que nuestras chicas son muy profesionales y se lo explicarán todo todo, pierda cuidado, jajaja.

— Pero mire…, esto… ¿es necesario quitarse toda la ropa?,… es que soy un poco… tímido.

— Ya eso lo dejamos a su libre elección, y el grado de satisfacción que quiera obtener, por supuesto. Aunque, eso sí, sepa que aquí siempre usamos la máxima seguridad y, sobre todo, mucha protección, por lo que no hay peligro de contraer nada malo.

— Bueno… mejor me lo pienso.

— Como quiera, caballero, y sepa que también puede pagar con tarjeta.

— Vale, gracias, hasta luego.



Así que, después de pensármelo mejor, finalmente desistí de la idea de acudir a un centro de belleza para darme sesiones de rayos UVA, que por muy seguro y muy profesional que pareciera, no me acababa de convencer. La culpa de todo esto la tiene el seguir los consejos de Osicran, que está siempre mortificándome con la estética. El otro día me dijo que si no me daba vergüenza ir así, con la piel tan blanca, a la playa, y que iba a parecer un muerto viviente, y que iba a asustar a todo el mundo. Así que pensé en ir a un local de esos. Pero me convenció más la idea de usar una crema autobronceadora, y así, con la piel color calabaza, ya no daría tanto miedo… Creo.


Superado ese obstáculo, llegó la hora de comprar el bañador. ¡Qué dilema!. Ya se habrán dado cuenta que yo soy de los que prefieren pasar desapercibidos. Así que nada de estridencias para llamar la atención: unas bermudas negras, sencillas y que no asusten a nadie.

Y tan contento que me fui al probador para ver cómo me quedaban. Pero allí ya estaba Osicran esperándome para amargarme, una vez más, la vida.

— ¿Pero tú te has visto bien ese cuerpo?

— ¿Qué le pasa a mi cuerpo?. No tendré algún bulto extraño…

— Ni extraño ni conocido, querido. Precisamente eso es lo que te falta: bulto. Porque estás plano por los cuatro costados, y pareces una tabla de planchar.


— No me había dado cuenta de mi delgadez. Es verdad que estoy bastante flaco. Y, ¿qué crees que debo hacer?, Osicran.

— Pero qué tonto eres, si eso ya está más que inventado: comer más y hacer más ejercicio.

— Pero ya sabes que no digiero bien las grasas, y las comidas copiosas me sientan muy mal. Aunque puedo probar con el gimnasio.
Dicho y hecho…, para mi perdición. Al principio pensé que iba a ser muy fácil, pero pronto se me llenó el cuerpo de contusiones, y empecé a conocer partes de mi anatomía que ni siquiera sabía que existían, hasta que me empezaron doler, claro.



El médico me mandó un tiempo de reposo, así que Osicran no me dio la lata con el tema, porque ya la cosa era de fuerza mayor. Bueno, con ese tema. Porque después me sacó el asunto de los pelillos. Que si me estaba pareciendo cada vez más a Chewbacca, que si en la playa me iban a tirar plátanos… O,  aún peor, que todos huyeran despavoridos y me dejaran solo. 




¿Alguien cree que eso puede ocurrir?. Pues sí, yo lo creí. Y, al final, tuve que acudir al centro de belleza para depilarme por completo, y a la cera, porque ya que me decidí no iba a andar con remilgos. Y, ¿cómo no?, fue un auténtico infierno, porque no me había recuperado de mis dolores musculares, y ahora, con los tirones que me dieron para arrancarme los vellos casi me rematan.



 

Bueno, pero no hay mal que cien años dure, o eso pensaba, y al fin llegó el ansiado día de ¡ ir a la playa !.



Y, por un momento, agradecí todos los perversos consejos de Osicran. También agradecí el haber tenido una educación religiosa, porque había que tener mucha fe para creer que debajo de toda aquella multitud de bañistas, sombrillas, hamacas, colchonetas, pelotas gigantes, vendedores de helados, y botellas vacías existía algo llamado playa.



 

Y allí me dirigí, dispuesto a conquistar mi pequeño espacio vital en medio de aquella jungla humana. Y di vueltas y vueltas hasta que pude encontrar un rinconcito en el que extender la toalla y, por fin, después de varios meses esperándolo, sentirme como un rey en bajo los rayos del sol. El agua del mar se veía tentadora, pero no, tenía que resistirme a sus encantos porque, si me alejaba, estaba seguro que me podían quitar el sitio, según me había dicho Osicran. ¡Ese sitio era mío y nada más que mío!, jajaja.



 

Y sólo me levanté en el momento en el que me acordé que me había olvidado el protector solar. ¿Dónde estaba?. Nada, se me había olvidado…

 

Al día siguiente intenté levantarme de la cama pero los dolores casi me lo impiden. La piel me ardía, pero allí estaba Osicran para burlarse diabólicamente de mi olvido.

 

— Si hubieras usado protector ahora no estarías quemado. Mira que eres tonto. Ahora vas a tener que andar por la calle con la piel cayéndosete a trozos y vas a parecer un muerto viviente, y la gente se asustará y huirá de ti. Ahora no vas a poder volver a la playa en mucho tiempo, pues tendrás que dejar recuperarte la piel. Pero, antes de eso, ya te habrá crecido de nuevo el vello, y la inactividad te habrá puesto de nuevo el cuerpo como una tabla, y hasta el bañador quizás habrá pasado ya de moda. Ahora…

 

Fueron sus últimas palabras. Entonces, me armé de valor, y decidí acabar con su existencia en el mundo, y librarme de él para siempre. Un pequeño ruido, y todo terminó.

 

— Adiós Osicran. Ahora seré viudo y feliz sin tu presencia, pues a partir de hoy, ya sólo seré yo solo, sólo seré NARCISO.

 

-oooOooo-

¡Ay!, los espejos… jajaja. Y les dejo con un vídeo clip del grupo español La Rabia del Milenio, con un tema del año 2005, titulado “Delgadito”.




Saludos.

miércoles, 22 de junio de 2011

CUESTIÓN DE HADAS


Eran las cuatro de la tarde del día 29 de diciembre de 1979, cuando la niña de cuatro años Antonia Tamayo Beteta jugaba con su hermana al escondite por los montes cercanos a Arroyo Sujayal, una aldea al sur de la comunidad de Castilla-La Mancha (España). Momentos después se le perdió la pista. Durante los siguientes tres días y tres noches la zona fue peinada en su búsqueda, pero no se encontró ni rastro de ella. En esa época del año, ya entrado el invierno, las temperaturas eran inferiores a los 0ºC. Agentes de la Guardia Civil y cientos de vecinos formaban parte del operativo de búsqueda. Y, cuando ya se daba por imposible encontrarla con vida, pensando que habría muerto por congelación, hacia la 14:30 del 1 de enero de 1980, fue hallada por dos hombres que la encontraron en perfecto estado de salud, aunque luego sería hospitalizada por precaución. Los médicos no se podían explicar cómo había podido sobrevivir en condiciones tan adversas. Sin embargo, más sorprendentes fueron aún sus declaraciones. La pequeña contó que había estado todo este tiempo en compañía de una mujer vestida de blanco, de un blanco luminoso, que le dio de comer y beber, que le dio calor, y que se quedó con ella para que no tuviera miedo.



Este insólito caso, del que tenemos constancia documental, es sólo el último episodio de toda una serie de relatos protagonizados por extrañas damas protectoras cuyo origen se pierde en la oscuridad de los tiempos. Hoy el viento, con una suave brisa húmeda envuelta en la neblina, nos trae a la memoria el recuerdo de esos extraños seres de luz.



La creencia en las hadas está enraizada en la tradición animista que subyace en todas las culturas, pero es especialmente significativa en los pueblos de origen indoeuropeo. Se las identificaba como protectoras de la naturaleza, y las antiguas leyendas las asocian a lugares donde la naturaleza se muestra con un magnetismo o una energía especial: bosques profundos, fuentes, cuevas… Generalmente están encarnadas en figuras femeninas, de largos cabellos, envueltas en un halo resplandeciente, y vestidas de blanco. Aunque también se las identifica como esferas luminosas.


La mitología griega nos habla de diferentes tipos de hadas, dependiendo del lugar en las que se podían “encontrar”. Así tenemos a las Lamias (o hadas de las cuevas), las Ninfas (en las fuentes), las Dríades (en los bosques), las Sirenas (en el mar), las Sílfides (en los vientos), las Salamandras (en el fuego, que no se deben confundir con los anfibios de este mismo nombre), y las Drinfas (en la tierra). Aunque se les suele dar el nombre genérico de ninfas. Son numerosas las leyendas que nos han llegado protagonizadas por ellas. En el mito de Narciso, por ejemplo, una ninfa llamada Eco, a la que la diosa Hera había castigado por parlanchina a repetir la última palabra de todo lo que oía, se enamoró locamente de este legendario vanidoso, y, como todos sus pretendientes, fue también rechazada. Fue tal el dolor que sintió Eco que se refugió en una cueva, allí se consumió en la tristeza, …y de ella sólo quedó su voz, su voz, su voz…

Sin embargo es en la cultura celta donde las hadas tenían un lugar destacado dentro de la religiosidad popular.  Las leyendas hablan del Reino de los Áes Sídhe (pronunciado Os Shi), o Reino de las Hadas. Los Áes Sídhe, son seres semidivinos que viven entre este y el otro mundo, con conexiones importantes con la naturaleza y las deidades.



En el norte de España, especialmente en el Principado de Asturias y alrededores, está muy enraizada la creencia en las injanas o xanas. El encuentro con ellas no siempre es afortunado, porque se dice también que raptan niños recién nacidos. La palabra “xana”, de dudoso origen, podría estar emparentada con “Juana”. De hecho, se dice que es en la noche mágica de San Juan, el 24 de junio, cuando las xanas se hacen visibles para quien las quiera contemplar con sólo acudir a los sitios que habitan, como fuentes, lagos y ríos. Suelen aparecer sentadas en una roca, cantando y portando una madeja de hilo de oro, que se lo entregará a aquel que se lo pida prometiendo desposorio y magníficos tesoros para aquél que consiga deshilar la madeja sin cortar el hilo, pero si el hilo se rompe, se castigará al humano con su muerte, atrayéndolo hasta el fondo de las aguas.



En la tradición germánica también están presentes las hadas. Y de ello dejaron constancia los hermanos Wilhem y Jacob Grimm, en cuya  recopilación de cuentos tradicionales alemanes existen varios ejemplos en los que las hadas hacen acto de presencia. Sobre todo aparecen como damas protectoras y bienhechoras, como en los relatos de Cenicienta, Blancanieves o La Bella Durmiente.


Desde inicios del siglo XX, en la localidad de Güímar, en la isla de Tenerife (Canarias, España), se difundió la insólita historia de una niña que también tuvo un encuentro con una de estas damas. La conocida como “Niña de las Peras” fue enviada por su madre en busca de estas frutas a paraje cercano, el barranco de Badajoz, lugar conocido por la gran cantidad de fenómenos extraños que allí se producen. Pero la niña no regresó. La zona fue sin éxito ampliamente registrada, y, finalmente, se desistió de la búsqueda. Se cuenta que varios años más tarde, la niña regresó a su casa, asombrosamente con el mismo aspecto que tenía al marcharse aquel día a buscar fruta, como si los años no hubieran transcurrido para ella. La niña contó a sus atónitos padres que había llegado al barranco buscando la fruta que éstos le habían encargado y se quedó dormida al pie de un peral. Allí fue despertada por un ser muy alto vestido de blanco. Este ser no le inspiró ningún miedo, y accedió a seguirle cuando se lo pidió. La niña acompañó al ser blanco hasta el interior de una cueva en la que habían unas escaleras por las que descendieron hasta llegar a una especie de jardín en el que habían más seres como él. Finalmente el ser la acompañó de nuevo a la entrada de la cueva y se despidió de ella, que recogió las peras y fue camino a su casa. Ella pensaba que sólo habían transcurrido unas horas, sin embargo habían pasado más de 20 años.


Ante la constancia de este tipo de casos, la mayoría procedentes de fuentes no fidedignas, pero sospechosamente coincidentes en la fenomenología, cabe preguntarnos si la ciencia podría tener una respuesta. Para ello tendríamos que echar un vistazo a la hipótesis de la existencia de universos paralelos, aparecida a partir del desarrollo de la física cuántica. Una de las versiones científicas más curiosas que recurren a los universos paralelos es la “interpretación de los universos múltiples” de Hugh Everett. Según este científico, podrían existir universos paralelos, mutuamente inobservables, y dos o más objetos físicos, realidades, percepciones y objetos no-físicos, pueden coexistir en el mismo espacio-tiempo.


¿Cabría la posibilidad de que existiera algún canal de comunicación entre los diferentes universos?. ¿Las personas que afirman haber tenido contacto con esos seres de luz, que, sin duda, no forman parte de la realidad material del universo que habitamos, han logrado atravesar esos canales?. ¿Cómo lo hicieron?. En la tradición esotérica occidental se habla de la existencia de “puertas dimensionales”, lugares con una energía especial, en los que el salto a otros mundos es posible, y que estarían situados, precisamente, en bosques profundos, fuentes y cuevas, justamente en la frontera del Reino de las Hadas.  Y los niños, siempre tan traviesos…


Y les dejo con dos fragmentos de vídeo. El primero pertenene al programa Cuarto Milenio del canal Cuatro de España, en el que se cuenta el caso de Antonia Tamayo. Y el segundo es una secuencia de "La Bella Durmiente", en la versión de Walt Disney (1959), en la que aparecen las hadas con sus dones.







Saludos.

miércoles, 15 de junio de 2011

TIC TAC




Por fin dieron las cinco de la tarde. Ese día me sentía especialmente agotado, y no pude contener un sonoro suspiro de alivio mientras escuchaba las campanadas. En el taller de la relojería tenemos sólo un reloj en funcionamiento, porque, si no, cada cuarto de hora el estruendo sería insoportable. Diez minutos después ya tenía todo recogido y listo para cerrar, pero me percaté de que en la boca del buzón sobresalía la punta de lo que parecía ser un sobre. Me acerqué y lo saqué. Sí, era un sobre, pero tenía un aspecto ciertamente extraño, como antiguo, y sin sello. Y, en su parte posterior, tenía escritas a mano, con una cuidada caligrafía, sólo dos palabras: “Para Usted”. “¿Para mí?”, pensé sorprendido, “¿Querrá alguien gastarme una broma?”. Por un momento quise romperlo y deshacerme de él, pero la curiosidad me pudo, y me lo metí en el bolsillo de la chaqueta.



Ya en casa, me senté tranquilo en mi escritorio y lo abrí cuidadosamente. Debo reconocer que sentía una mezcla de temor e impaciencia, sin descartar la posibilidad de que todo aquello fuera la gamberrada de unos chiquillos. En su interior tenía una pequeña cuartilla de un papel que parecía, por su aspecto y su color, también muy antiguo. Al desdoblarla pude percibir, además, un fuerte aroma a salvia. Pero más me extrañó aún lo que encontré escrito:
Le necesitamos
La misma caligrafía, la misma tinta y el mismo enigmático laconismo. En aquel momento no pude encontrar el significado a la insólita carta. Y me fui a la cama sin parar de darle vueltas a la cabeza. Sin duda, alguien requería mi ayuda, pero, ¿quién era?, y ¿de dónde me la mandaba?. Me acordé de esas noticias que dan a veces de que hay gente que ha recibido cartas que estuvieron extraviadas durante años y que, finalmente, el servicio de correos pudo entregar a su destinatario. Incluso pensé devolverla al día siguiente al cartero.  Pero una idea me vino de pronto a la mente: ¿Cómo no me había dado cuenta desde el principio?. Aquellas cifras podían corresponder a unas ¡coordenadas geográficas!. Me levanté precipitadamente deseoso de comprobar mi conjetura, y busqué la respuesta en Internet. Efectivamente, esos números se correspondían con las coordenadas de un lugar, aparentemente despoblado, que estaba a unos 40 kilómetros de la ciudad. Y, casualmente, o no, tenía que ir por allí cerca al día siguiente. Ni que decir tiene que el resto de la noche apenas dormí.




El tener que hacer entregas a sitios lejanos me había obligado a llevar conmigo siempre un receptor GPS. Y ese día me fue más útil que nunca, porque no tenía una dirección por la que guiarme. Y ya pasaba el mediodía cuando llegué al pueblo donde tenía que entregar el reloj reparado. Y, una vez cumplido el trámite, me dispuse a buscar el sitio que indicaban las coordenadas. Poco después, dejé el coche aparcado a un lado de la carretera y me interné en un bosquecillo. El lugar tenía todo el aspecto de que por allí no frecuentaba la gente. Pero el receptor me indicaba que estaba cerca.


En aquel momento, noté cómo el viento empezaba a soplar con fuerza y cielo se encapotaba, amenazando seriamente con empezar a llover. Me empecé a desesperar cuando noté que la niebla comenzaba a adueñarse del bosque. Y ya pensaba en darme la vuelta cuando me tropecé con una vieja cancela de madera que daba a la entrada de un jardín, y, al fondo, vagamente de divisaba una casa. La cancela estaba abierta, así que pude acercarme recorriendo el pequeño sendero que atravesaba el jardín. El aroma que percibí, y que el aire húmedo hacía aún más intenso, me resultaba familiar: era el mismo olor a salvia que desprendía la carta. A pesar de tener un aspecto antiguo, la casa parecía ser de construcción reciente. Ya no tenía dudas de que había llegado al lugar. Alcancé la puerta e, ingenuamente eufórico, toqué con los nudillos.


Me abrió en seguida una sonriente mujer de edad madura, que sin más presentaciones me dijo:

— Buenas tardes. Pase, le estábamos esperando.

Me condujo al interior de la espléndida vivienda y me dirigió a lo que parecía un salón. Allí estaban sentadas otras dos mujeres de aspecto más envejecido, pero igual de sonrientes. Una de ellas se levantó y me señaló hacia la pared cercana a una ventana:

— Nos alegra que nos haya encontrado. Porque, de verdad, le necesitamos. Aquí tiene al enfermo.

Frente a mí había un antiguo reloj de pared al que inmediatamente me acerqué. En principio no le noté nada extraño, salvo que estuviera parado. Pero, al momento me percaté de algo que era realmente anormal: la esfera estaba dividida en diez horas, y no en doce. Nunca había visto una cosa así. En la chaqueta llevaba un pequeño estuche de herramientas y, mientras echaba manos de él, dije a las misteriosas damas:

— Si no les importa, señoras, voy a mirar el interior—. Y, seguidamente, arrastré el reloj cerca de la ventana, por la que entraba un inmenso resplandor. Y añadí: — Parece que al final no va a llover.



Ellas sólo sonrieron… En la maquinaria encontré como única avería dos pequeños engranajes desencajados a los que no me costó devolver a su sitio. Cerré la caja, puse en marcha el péndulo, y el reloj comenzó a funcionar correctamente. Miré el mío, que siempre llevo en el bolsillo, para sincronizarlo, pero me di cuenta que estaba parado, pues marcaba aún las 9 de la mañana. “Qué oportuna la pila al gastarse justamente hoy”, pensé.  

— Señoras, ¿saben qué hora es?.

— Deben ser las diez y media pasadas—. Me contestó una de las ancianas.

— No puede ser, si ya pasa del mediodía.

— Pierda cuidado, nosotras nos entendemos. ¿Quiere un café?—. Respondió amablemente. E inmediatamente me acercó una bandeja con una cafetera humeante y una taza que al momento llenó, y que yo bebí gustosamente. Pero, lejos de quitarme el cansancio, sentí que me caía de sueño.— Pero si se está durmiendo. Descanse si quiere en el sillón… —. Esto y algo más me dijo, pero ya no recuerdo. Tampoco sé el tiempo que permanecería dormido.



Cuando desperté tuve la sensación de haber descansado plácidamente durante horas. Me incorporé en el sillón, y miré el reloj al que había devuelto la vida: marcaba las cinco y cuarto, … o lo que demonios fuera aquello. Al momento vi que a través de la puerta que daba al luminoso patio interior entraba una mujer muy joven, y que me recordó, por su apariencia, a la que me había abierto la puerta de entrada.

— ¿Y su madre? —. Pregunté— Quisiera despedirme de ella, y de las otras señoras.

— No, caballero, aquí sólo vivimos mis hermanas y yo. Y aquí llegan, por cierto— Contestó mientras dejaba escapar una leve carcajada y daba paso a otras dos sonrientes jóvenes que salían de una habitación contigua al salón.

¡Yo no daba crédito a lo que estaba viendo!. Y quise escapar de allí al momento. Me levanté y les dije: — Si me disculpan, debo irme ya, que se me va a hacer de noche, señoras.— Y me dirigí velozmente hacia la puerta exterior. Salí al jardín y luego al bosque, y, a duras penas logré llegar a la orilla de la carretera.

-oooOooo-

Al entrar, por fin en mi casa, escuché sonar el teléfono.

— Sí…, ¿dígame?.

— ¿Dónde estabas metido?. ¡Llevas una semana sin dar señales de vida!. A punto estaba ya de denunciar tu desaparición a la policía… ¿Sabes todo el trabajo que hay acumulado en el taller?.— Me increpó la voz de mi socio.

— Mañana hablamos…Te lo explicaré todo—. Acerté a contestarle.

Pero, al día siguiente, mi socio tuvo que ausentarse y yo estaría toda la jornada solo en el taller. Al terminar de reparar el primer reloj, busqué en mi bolsillo el que usaba habitualmente para sincronizar. Pero no estaba. Seguro que se me quedó en aquella casa. No me lo pensé dos veces: tenía que volver allí, … ¡y aclararlo todo!.



Una hora después estaba en el mismo lugar donde había dejado el coche el día…, bueno, la semana anterior. Me interné de nuevo en el bosque con mi GPS y pude llegar al lugar exacto de la otra vez. Pero el sitio era completamente distinto¿Me habría equivocado, tal vez?. ¡Donde debía estar la cancela arrancaba un promontorio rocoso!. Frente a aquella montaña pensé que ya era todo demasiado absurdo, y, cansado, desistí de la búsqueda.


Y llegué de nuevo al taller, donde pasé el resto del día. A la hora de cerrar, observé que en el buzón había depositado un pequeño paquete. Nervioso, lo extraje rápidamente. El envoltorio era el mismo papel antiguo de la primera vez. Me decidí a abrirlo en ese momento, no podía esperar más. Y… ¡allí estaba mi reloj!. Bueno…, parecía el mismo, pero el frío acero del que estaba hecha su caja ahora era de un reluciente tono dorado. Y, junto a aquel viejo y nuevo reloj de oro encontré una pequeña cuartilla, que, con el mismo aroma y con la misma caligrafía, tenía escrito:
Gracias, desde el Otro Lado
-oooOooo-

Bueno, hoy tocaba relato (jeje). Y les dejo con un vídeo musical en el que podremos escuchar la obra del compositor polaco Fréderic Chopin:  "Opus 64 Nº 1", más conocida como "Vals del Minuto", interpretada en este caso por Andrew Furmanczyk.






Saludos.

martes, 7 de junio de 2011

CUARTOS TRASTEROS


De todas las labores domésticas, tal vez de las más ingratas es la de la limpieza del cuarto trastero. En la pequeña oficina donde nos reunimos el maestro Yotekuro y yo para coordinar la edición de este blog, también tenemos uno y, de vez en cuando, toca reordenarlo, quitar las telarañas, limpiar el polvo y espantar las polillas. Así que hoy vamos a abrir la puerta y las ventanas para que entren el viento y la luz y podamos contemplar mejor todo lo que hemos acumulado en nuestro particular cuarto trastero.



Cuarto trastero de fábrica,
listo para estrenar.
Dice el Diccionario que un trastero es lo “Dicho de una pieza o de un desván: Que está destinado a guardar los trastos que no se usan”. Si no en todas, en la gran mayoría de las viviendas existe un lugar en el que se acumulan todos los objetos que han dejado de prestar su servicio, pero que, o por su valor material o sentimental, o porque aún podrían ser reutilizados, no han recibido todavía el decreto de expulsión de la casa. Toda vivienda antigua que se precie debe incluir siempre un trastero como signo de identidad. Incluso las viviendas modernas, d¡señadas para ser habitadas por inquilinos contagiados de la fiebre consumista, ya traen de fábrica un cuarto trastero. Y si no, el trastero de alguna u otra manera terminará apareciendo por sí sólo: todo es cuestión de tiempo…

Cueva de Shanidar (Irak): una
 vivienda con trastero de 50 mil años
Entre los rasgos definitorios de la especie humana, uno de los más comunes es la necesidad de guardar y atesorar objetos. Y esto, posiblemente, nació con la Humanidad misma. Y, al mismo tiempo, también surgió la necesidad de buscar un lugar para depositarlos. De hecho, son numerosos los testimonios arqueológicos que lo confirman, en todos los continentes, islas, y parte del extranjero. Desde la Edad de Piedra hasta fechas recientes, se han encontrado restos de asentamientos humanos en los que aparecen vestigios de la existencia de trasteros, minialmacenes y guardamuebles. Uno de los trasteros más famosos de la historia, es el de las cuevas de Qumrán, junto al Mar Muerto, allí fueron encontrados en el año 1947 los antiquísimos ejemplares de manuscritos hebreos, eso sí, junto a multitud de otros objetos de uso cotidiano.
Trastero con vistas al Mar Muerto
Ejemplo de trasto encontrado en Qumrán

No obstante, si nos atenemos a la definición de trastero, podemos ver que, en realidad, el universo trasteril va mucho más allá de lo que, de entrada, nos podemos imaginar. Porque si nos paramos a pensar, ¿qué son los cementerios si no otra cosa que trasteros?. Allí se depositan cadáveres humanos, o lo que es lo mismo, objetos que han dejado de cumplir su función, pero con los que existe un apego sentimental. Y su origen es antiquísimo, pues ya existían en la Prehistoria. Con el tiempo, lo que empezó siendo un simple hoyo en el suelo se fue transformando en un construcción más o menos compleja, dependiendo, obviamente, del valor del objeto a guardar. En el año 1922, dos cazatesoros semi-delicuentes aficionados a la arqueología, llamados Howard Carter y Lord Carnavon, encontraron en el Valle de los Reyes (Egipto) la cámara mortuoria casi intacta del faraón Tutankhamón, que llevaba allí en depósito unos 3.200 años. Y, aparte de su cuerpo encapsulado en un sarcófago, ¿qué es lo que encontraron en la tumba?. Pues sí, ni más ni menos que ¡un cuarto trastero!... ¿Habrase visto?.
Imágenes del trastero de Tutankhamón en el momento de su descubrimiento
7.000 figuras de guerreros se encontraron en el trastero 
eterno del emperador chino Qin Shi Huang, 210 a.C.

Los enterramientos de la Antigüedad son quizás los más extralimitados en cuando a dimensiones y en cuanto a aparatosidad. Con el tiempo, el aumento de la densidad de población, a la vez que la disminución de las diferencias sociales, han provocado que este tipo de trasteros se hayan ido simplificando, aunque su función primigenia sigue invariable.
Trastero humano ajardinado
Trastero tetrabrick 

Trastero del Partenón de Atenas
Pero, para trasteros con estilo, y nunca mejor dicho, ahí tenemos los museos, donde se guardan multitud de objetos inservibles, y sólo por su valor material o cultural. Su origen es también antiguo, aunque quizás no tan remoto. En la antigua Grecia, los templos de cierta envergadura, poseían un departamento en el que se almacenaban todos los materiales destinados al culto, pero que no eran de uso frecuente, junto con las ofrendas que entregaban los parroquianos. Era el opistódomos (literalmente: detrás de la casa) y, como su propio nombre indica, se situaba en la parte trasera del templo. De vez en cuando, estos objetos se sacaban y se exponían al público para que pudieran ser contempladas las riquezas del templo, provocando así la admiración de unos y la envidia de otros. Con el tiempo, esta costumbre fue copiada por ciudadanos adinerados, que exponían en sus jardines o dependencias de sus casas sus colecciones de obras artísticas. En los edificios públicos romanos, como las termas, también se habilitaba un espacio para lucir los tesoros incautados a los pueblos vencidos. Y éste es el origen de los museos actuales, que, naturalmente, han evolucionado en continente y contenido, pero que siguen sirviendo para que el visitante valore al dueño más por lo que tiene que por lo que es.
Trastero del Louvre, París
Trastero Británico, Londres

Existe otro tipo de cuartos trasteros, que, aunque menos conocidos por el gran público, no por ello son menos importantes. Nos referimos a los archivos, donde se guardan los documentos producidos por las instituciones públicas y particulares, básicamente escritos, aunque también los hay de naturaleza artística y científica (grabados, planos, mapas, herbarios…). Y, al igual que los museos, también nacieron dentro de los templos, que, en la Antigüedad, custodiaban los tesoros escritos como si de reliquias se trataran. Ya hoy en día existen dependencias públicas encargadas de su conservación, aunque sus fieles custodios siguen siendo los mismos: los pequeños ácaros del polvo.
Trastero gubernamental

Además de todo esto, en los últimos tiempos, ha surgido un nuevo tipo de trastero público, donde van a parar todos los objetos cuyos dueños, por alguna u otra razón, han dejado de tener contacto con ellos, pues, por mucho aprecio que se les tenga, un momento de despiste lo tenemos todos. Nos referimos a las oficinas de objetos perdidos.

Y, ante este inmenso panorama de trasteros que acompañan nuestra existencia mundana, cabe preguntarnos por qué existen. ¿Por qué el ser humano tiende a crear constantemente cuartos trasteros a cada paso?. El maestro Yotekuro lo tiene claro: el cuarto trastero en sí es una proyección, una materialización, de nuestro inconsciente, que es, en definitiva, el cuarto trastero de nuestra mente. Allí van a parar, en forma de recuerdo, todas nuestras experiencias sensoriales: los olores, los dolores, los momentos de alegría, las frustraciones, los rencores, los deseos y las esperanzas. Ya el psiquiatra Sigmund Freud demostró que el inconsciente tiene mucho poder sobre las decisiones que tomamos conscientemente. Y tanto es así, que desde lo más profundo de nuestra inconsciencia, todos esos objetos intangibles almacenados durante años nos inducen a crear una realidad material que es un fiel reflejo de ellos mismos.

Trastero inconsciente

Si observamos el cuarto tratero que cualquier persona tiene en su casa, con un poco de paciencia, podremos adivinar qué es lo que guarda en su cuarto trastero interior. Carl Gustav Jung, en su estudio de los sueños, solía asociar la imagen de la casa con la de la mente, por eso, cuando soñamos que entramos en nuestra casa, lo que estaríamos haciendo es realmente una visita a nuestro interior. Y, al igual que en su equivalente material, en el cuarto trastero sutil, de vez en cuando, también conviene abrir la ventana para que entre la luz. Respecto a esto nos dice el propio Jung:

 “El inconsciente no es algo malo por naturaleza, es también la fuente de bienestar. No sólo oscuridad sino también luz, no sólo bestial y demoníaca, sino también espiritual y divina.”




Por cierto, la palabra museo viene de Musas, que, en la antigua mitología griega, eran las diosas del pensamiento. De Musa también deriva la palabra música. Y les dejo con el vídeo de una actuación de toda una musa de la música latina, la maravillosa cantante cubana Doña Celia Cruz, con un tema que tiene mucho que ver con los trasteros del alma: “Te busco”.





Saludos.
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